La bruma matinal se levanta lentamente sobre la costa bretona, desvelando poco a poco el azul intenso del Atlántico rompiendo en la orilla y los imponentes acantilados de granito rosa esculpidos por el mar. Preparamos nuestra aventura por esta tierra mágica del noroeste de Francia, armados solo con una cámara, un cuaderno y muchas ganas de dejarnos seducir por sus paisajes y rincones con encanto.
.
Arzhal
Partimos desde Arzhal (Arzal). La brisa marina nos recibe mientras preparamos nuestra ruta costera. Desde este pintoresco lugar con sus casas de granito comienza nuestra travesía por la mágica costa Bretona en busca de sus tesoros escondidos.
Esta comuna ribereña del río Vilaine será el punto de partida de nuestra aventura por la fascinante costa norte de Bretaña.
Ar Roc’h-Bernez
El primer destino es Ar Roc’h-Bernez (La Roche Bernard), una joya medieval que se erige sobre un promontorio rocoso dominando el río con sus empinadas cuestas y estrechos senderos.
Uno de los pueblos más bonitos de Francia con su casco medieval perfectamente conservado. Sus pintorescas casas de granito con entramado de madera reflejadas en el río nos transportan a otra época.
Caminamos embelesados por sus empinadas callejuelas de adoquines, bordeadas por viejas casonas de madera de colores vivos y elaborados entramados reflejándose en las aguas del río.
Acabamos la visita Tomando un café en el «Vieux Quartier», un núcleo de tiendas de artesanía y encanto rústico
Continuamos por pequeñas carreteras rurales bordeando el sinuoso estuario del Vilaine, con sus marismas y bosques de pinos que llegan hasta el mar. Finalmente aparece majestuosa la histórica Vannes, fundada en el Golfo de Morbihan por los galos en el siglo III a.C.
Gwened
Rodeada por murallas medievales se alza majestuosa Vannes (en galó, Vann ; en bretón: Gwened), capital del departamento de Morbihan. Su bien conservado casco histórico invita a perderse en un dédalo de adoquinadas callejuelas llenas de encanto.
Les jardins des Remparts, situados a lo largo de las antiguas murallas de la ciudad, son un lugar perfecto para un paseo tranquilo. El diseño paisajístico combina elementos formales y románticos, y el parque alberga una variedad de plantas y flores.
El majestuoso Castillo Gaillard y las murallas del siglo XIII protegían la ciudad y hoy brindan un paseo con las mejores vistas panorámicas. La imponente Catedral gótica de Saint-Pierre domina la urbe con sus altísimas torres y elaboradas agujas caladas.
Su casco antiguo, conocido como «Le Vieux Vannes», conserva ese encanto de cuentos de hadas.
El barrio de la Cité donde se encuentra la catedral está lleno de bellos edificios medievales y rincones con encanto. El Puente de Saint-Vincent cruza el río Marle hacia el animado puerto pesquero repleto de barcos meciéndose en las aguas.
El casco antiguo alberga un sinfín de restaurantes, crêperies, tiendas gourmet y terrazas donde degustar la excelente gastronomía bretona. La Place des Lices es centro neurálgico con su animado mercado, artistas callejeros y coloridas casas de entramado de madera.
Vannes cautiva con su fusión de arquitectura medieval, puertos, sabores marineros y una energía única. Una joya imprescindible para conocer la esencia de la Bretaña francesa.
Continuamos la ruta. ¿Que maravilla no deparará el destino?
Sarzhav
Continuamos hacia la idílica localidad de Sarzeau. Este pintoresco municipio, ubicado en la península de Rhuys en el Golfo de Morbihan, Bretaña, nos tiene cautivos con sus paisajes de ensueño, su rica historia y su vibrante vida local.
Iniciamos nuestro recorrido en el corazón del centro de Sarzeau. Los adoquines bajo nuestros pies hablan de tiempos pasados y cada colorida fachada nos cuenta su propia historia. Las calles son un desfile de pequeñas boutiques y terrazas de café, invadiendo nuestros sentidos con el aroma de café fresco y pan recién horneado.
Nuestro primer destino es el Château de Suscinio, un antiguo castillo medieval, que fue propiedad de los Duques de Bretaña, quedando en situación de abandono, y a posteriori convertiendose en museo. Al acercarnos, nos quedamos sin aliento ante la magnificencia de sus viejas piedras y su estampa imponente contra el azul del cielo. Las salas del castillo cobran vida con exposiciones que nos cuentan las historias de los duques de Bretaña que una vez caminaron por estos pasillos. Pero tal vez la verdadera joya es el exterior, con sus estanques llenos de aves y su playa salvaje donde la arena fina se une con el azul intenso del mar.
Desde aquí, nos dirigimos a la Pointe de Penvins. El camino serpentea a través de paisajes agrícolas y marismas saladas, un espectáculo visual que refleja la verdadera esencia de la península de Rhuys. La Pointe es una joya natural, donde la tierra se encuentra con el mar. Allí, la vista es simplemente impresionante: el Atlántico se extiende hasta el horizonte, el cielo parece fundirse con el mar, y la famosa cruz de Penvins se alza orgullosa sobre el panorama.
Luego, la Abadía de Saint-Gildas de Rhuys nos llama. Este antiguo monasterio, situado en un hermoso paraje natural, es un testimonio de la rica historia de la región. Nos perdemos en sus jardines sombreados, descubriendo poco a poco la belleza escondida en cada rincón.
Por último, pero no menos importante, llegamos a la plage de Kerfontaine. Aquí, el tiempo parece detenerse. Las olas del océano se despliegan suavemente sobre la arena dorada, y la luz del atardecer tiñe todo en tonos de rosa y naranja. Es la manera perfecta de acabar nuestro día, sentados en la playa, admirando la belleza etérea del paisaje mientras el sol se pone lentamente.
Sarzeau nos ha dejado huella. Aquí, hemos encontrado el equilibrio perfecto entre la vida en el mar y en el campo, entre la historia y la modernidad. Y a medida que el sol desaparece y las estrellas comienzan a brillar, sabemos que llevaremos con nosotros un poco de la magia de Sarzeau.
Hemos recorrido su bellísimo casco histórico antes de adentrarnos en la Ría de Auray, hacia nuestro siguiente destino estrella.
An Alre
Seguimos la ruta hacia Auray, ciudad de ensueño a orillas del río Loch, tiene una historia rica y fascinante. Es famosa por la Batalla de Auray, que tuvo lugar en 1364 y fue un punto de inflexión en la Guerra de Sucesión de Bretaña.
El puente de Saint-Goustan fue el lugar donde se dice que Benjamín Franklin desembarcó en 1776, en su camino para solicitar el apoyo de Luis XVI para la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
El puerto de Saint-Goustan es un puerto fluvial encantador, lleno de embarcaciones tradicionales y bordeado por casas de época con entramados de madera. Las calles adoquinadas y las flores que cuelgan de las ventanas aportan un toque extra de encanto a esta zona.
con su casco histórico lleno de rincones con encanto. Visitamos el Jardin du Plessis Sasnières . Este jardín creado en 1860 alberga más de 3500 especies de plantas exóticas de los cinco continentes, lagos, cascadas e invernaderos que son un prodigio
Eglisse de Saint-Gildas, fechada en el s. XVII, es conocida por su impresionante altar mayor barroco. La iglesia está situada en una colina que ofrece vistas panorámicas del puerto de Saint-Goustan.
Seguimos adelante tras este oasis de naturaleza, hasta llegar a Carnac con sus asombrosos alineamientos megalíticos.
Karnag
Nos adentramos en los prados ondulados de Carnac, donde aguardan los misteriosos vestigios de civilizaciones ancestrales.
Kilómetros de alineamientos megalíticos conformados por menhires clavados como mudos centinelas vigilando la llanura.
Recorremos meditativos la alineación Le Ménec, con sus interminables hileras de bloques de piedra, testigos de rituales perpetuados durante generaciones hace más de 7000 años. Nos detenemos a tocar las rugosas piedras, imaginando el esfuerzo descomunal que debió requerir su transporte y erección.
Más adelante se alzan los conjuntos de Kermario y Kerlescan, con cientos de menhires perfectamente alineados atravesando el paisaje. Nos invade una sensación sobrecogedora al caminar entre estas piedras cubiertas de líquenes, como si emanaran una energía ancestral.
Sumergirse en el Museo de Prehistoria de Carnac es adentrarse en un viaje a través del tiempo para conectar con nuestros ancestros más remotos. Ubicado a pocos metros de los alineamientos megalíticos, este fascinante museo exhibe los tesoros arqueológicos hallados en la zona.
Recorremos las salas absortos en las vitrinas repletas de herramientas de piedra pulida, cerámicas, joyas y objetos de la vida cotidiana de los pobladores neolíticos de la región. Nos sorprenden los intrincados grabados en las estelas antropomorfas exhibidas, tocadas con la yema de los dedos para percibir los surcos en la piedra.
En la sección dedicada a los constructores de menhires, podemos admirar los ingeniosos sistemas que idearon para transportar y erigir los pesados bloques de piedra. Sus herramientas, cinceles y poleas de madera nos dan una idea del increíble esfuerzo que requirió la construcción de los alineamientos.
Más allá de sus famosos alineamientos megalíticos, la localidad de Carnac esconde otros encantos por descubrir. Su casco histórico invita a pasear por tranquilas plazas bordeadas de casas de granito con techumbres de pizarra, donde el tiempo parece detenerse.
En la animada Plaza de la Chapelle encontramos terrazas y crêperies donde saborear galettes rellenas de los sabrosos productos bretones. Al final de la plaza se alza la Capilla de Saint Cornély, humilde pero bella construcción de granito del s.XVI.
Cerca se encuentra la iglesia gótica de Saint Comely del s.XV, con su imponente aguja y elaboradas gárgolas que adornan la fachada. Dentro sorprenden los intrincados vitrales donde la luz se fragmenta en mil colores.
El casco antiguo invita asimismo a perderse por pintorescas callejuelas de adoquines, descubriendo aquí y allá antiguas casas solariegas, fuentes adornadas con mujeres de piedra o jardines escondidos que desbordan en flores y plantas.
Prseguimos y nos dirigimos a la península de Quiberon, que se adentra en el océano Atlántico como un dedo de tierra firme rodeado de aguas turquesas.
Kiberen
Esta fascinante península combina la belleza de solitarias playas vírgenes con la vibrante energía de su puerto pesquero.
Recorremos extasiados el sendero de la Côte Sauvage, bordeando acantilados donde las olas rompen con fuerza y contemplando pequeñas calas de arena fina a las que solo se puede acceder por mar. El viento salino y el graznido de las gaviotas nos envuelven mientras caminamos envueltos en ese aire salvaje.
Al recorrer la parte interior, descubrimos pintorescos puertos como Portivy o Port Haliguen, llenos de barcos coloridos bamboleándose suavemente. El animado puerto de Quiberon está repleto de restaurantes donde degustar ostras y pescados apenas sacados del mar por los pescadores.
Al caer el sol, nos dirigimos al extremo de la península donde se alza el faro de Port Haliguen para disfrutar de una vista inigualable del horizonte atlántico mientras contemplamos la puesta de sol tiñendo de dorado los menhires, mientras las leyendas druídicas del Bosque de Nevet susurran en la brisa del océano.
Despunta el alba, el aroma a café nos envuelve mientras cargamos las maletas en el coche, despidiéndonos de los menhires que se pierden entre la bruma matutina.
Nos dirigimos ahora hacia la costa atlántica, el camino serpentea entre los acantilados de la Pointe du Percho hasta la Reserva Natural de las místicas Salinas de Guérande. Recorremos meditativos sus senderos observando a los artesanos recolectar la preciada flor de sal utilizando métodos ancestrales.
Primer destino en nuestro itinerario es la ciudad de Lorient. Su puerto, repleto de barcos de colores y fragancias marinas, es el perfecto refugio para un desayuno en la ribera. Los amantes de la historia disfrutarán de la Base de Submarinos Kéroman, un eco de la Segunda Guerra Mundial.
Seguimos adelante llegamos a la encantadora localidad de Pont-Aven
Municipio evocador por haber cautivado a los pintores impresionistas con su atmósfera única. Paseamos por el bosque a la orilla del río Aven dejando volar la imaginación antes de probar sus tradicionales galettes de trigo sarraceno.
Retomamos el viaje hacia el mágico Concarneau, con su Ville Close, una ciudad amurallada en medio del mar, emergiendo de la nada como un cuadro pintado por el pincel del tiempo.
Konk-Kerne
Concarneau es una joya ineludible, un lugar mágico donde la belleza del mar se entrelaza con la riqueza del patrimonio cultural. Prepárate para descubrir esta ciudad medieval que parece haber surgido de un cuento de hadas en nuestro viaje.
El corazón palpitante de Concarneau es la Ville Close, una ciudad amurallada situada en una pequeña isla en el centro del puerto. Sus murallas de granito que datan del siglo XIV guardan un laberinto de calles empedradas llenas de tiendas, restaurantes y galerías de arte.
Aquí, uno puede perderse en las pintorescas calles, admirando las casas de época y las tiendas llenas de artesanía local y productos gastronómicos de Bretaña. Los amantes de la historia y la arquitectura disfrutarán del Musée de la Pêche, un fascinante museo dedicado a la rica historia pesquera de Concarneau.
Es imperdible pasear por la muralla, desde donde se pueden capturar vistas panorámicas del puerto lleno de coloridos barcos de pesca y del océano azul. En los días claros, las gaviotas sobrevuelan la zona y la brisa marina aporta la sal a la frescura del aire.
Después de recorrer la Ville Close, hay que visitar el encantador puerto deportivo de Konk-Kerne. Los barcos de pesca y los yates crean un pintoresco telón de fondo para un almuerzo tranquilo o una cena al atardecer.
Por último, a pocos pasos del bullicio de la ciudad amurallada, se encuentra el distrito de Faouët, famoso por sus casas con tejados a dos aguas y chimeneas de cuentos de hadas. Es un lugar encantador para un paseo tranquilo antes de volver a la animada Ville Close.
Concarneau es una ciudad de ensueño, donde la historia y la belleza natural se funden para crear un destino inolvidable. Ya sea que estés explorando la antigua ciudad amurallada, degustando los exquisitos mariscos locales o disfrutando de la serenidad del puerto, seguro encontrarás algo para amar en este rincón mágico de la Bretaña francesa.
Proseeguimos la sinuosa costa atlántica entre brezos morados en flor y el rumor de las olas al romper.
El majestuoso faro de la Pointe de Penmarch guía nuestro camino hasta la histórica Quimper, a orillas del río Odet.
Kemper
Nos sumergimos en la cautivante ciudad de Quimper, en el corazón de la Bretaña francesa, donde la historia cobra vida en calles adoquinadas y la música del pasado resuena entre los muros de piedra. Acompáñanos en este viaje emocionante y maravilloso.
El casco antiguo de Quimper nos recibe con sus calles serpenteantes y sus casas con entramado de madera, evocando imágenes de una época medieval. Los rostros sonrientes de los comerciantes emergen de tiendas pintorescas, vendiendo desde delicias locales hasta exquisita cerámica pintada a mano.
Nuestros pasos nos llevan a la majestuosa Cathedrale Saint-Corentin, donde las agujas góticas se elevan hacia el cielo azul. Entramos en su interior y nos encontramos envueltos por la luz tamizada que atraviesa las vidrieras, pintando el suelo y las paredes con colores vibrantes. Aquí, el tiempo parece detenerse, y nos encontramos sumidos en una paz profunda y resonante.
A poca distancia, encontramos la fábrica de cerámica HB-Henriot. Nos detenemos a admirar el arte de los artesanos, mientras moldean y pintan delicadamente cada pieza.
El ambiente está impregnado de un sentimiento de tradición y creatividad, y nos llevamos un pedazo de Quimper con nosotros en forma de una hermosa taza de faïence.
El río Odet, la «joya» de la ciudad, es nuestro siguiente destino. Seguimos su curso, pasando por los jardines de la Retraite, donde flores coloridas y árboles altos dan sombra a los senderos serpenteantes. Es un lugar perfecto para un picnic o simplemente para sentarse y disfrutar del sonido del agua que fluye y los pájaros que cantan.
Pero Quimper no termina en los límites de la ciudad. Sus alrededores son un lienzo pintado con la belleza natural de Bretaña.
Hacia el este, encontramos el pequeño pueblo de Locronan, con su iglesia de granito y casas encantadoras, un verdadero viaje atrás en el tiempo. Hacia el sur, las playas de Bénodet nos invitan a disfrutar del mar y la arena, a relajarnos al sonido de las olas.
Nuestra visita a Quimper y sus alrededores es una danza con el pasado y el presente, una celebración de la historia, la cultura y la belleza natural.
El Bosque de Huelgoat con sus legendarias rocas graníticas o las misteriosas Lagunas de Monteneuf. Cada lugar nos descubre nuevos tesoros en esta tierra mágica llamada Bretaña.Al atardecer ascendemos hasta el Mirador de Locmaria, desde donde las vistas del río Odet y los tejados de pizarra son simplemente magistrales. Caída la noche, el resplandor de las luces reflejándose en las aguas completa la postal de ensueño.
Quimper es una melodía que se toca con una dulzura eterna.
Después de despedirnos de la encantadora Quimper, nos dirigimos hacia el norte, con la brisa del mar a nuestra derecha.
Nuestro primer alto es en la Pointe du Raz, un imponente acantilado que se adentra en el mar ofreciendo vistas espectaculares. Aquí, el viento sopla con fuerza, llevándose consigo nuestros pensamientos y dejando a cambio una sensación de libertad.
Continuamos nuestro viaje hacia la ciudad de Douarnenez, famosa por sus sardinas y su puerto con viejos barcos de madera. Nos detenemos para pasear por sus calles y degustar un plato de sardinas frescas, un manjar local que satisface nuestro apetito y nos deja listos para continuar nuestra aventura.
Siguiendo la costa, pasamos de nuevo, la hermoso municipio de Locronan, una joya bien conservada del siglo XV. Sus calles de granito y casas antiguas nos hablan de un tiempo que fue.
Desde aquí, la carretera nos lleva a través de verdes campos hasta la playa de Pentrez, un paraíso para los amantes del viento y las olas. Aquí, el mar se despliega ante nosotros, en una inmensidad azul salpicada por las velas de los windsurfistas.
Finalmente, la ciudad de Brest se alza ante nosotros.
Brest
Recorrer Brest es adentrarse en una ciudad de contrastes, donde lo antiguo y lo moderno conviven en armonía.
Partimos de la Place de la Liberté, con su majestuosa fuente y edificios de piedra gris que le dan un aire solemne. Nos adentramos en las estrechas calles del barrio de Recouvrance, llenas de encanto con sus casas de colores pastel. El ambiente es tranquilo, apenas se escucha el murmullo de los vecinos que toman el fresco en sus balcones.
Cruzamos el Puente de Recouvrance, desde donde contemplamos el vaivén de los mastiles de los barcos en el puerto.
El ambiente marinero se respira en cada esquina. Las gaviotas sobrevuelan el agua mientras los pescadores preparan sus redes.
El Château de Brest data del s.XIII y fue construido como fortaleza militar por los duques de Bretaña para proteger la ciudad. Destaca su masiva torre de homenaje cuadrada de 36 metros de altura.
Atravesamos el rastrillo y el puente levadizo para acceder al patio interior, rodeado por robustos muros de piedra. En el centro se alza un antiguo pozo medieval. Nos impresionan las saeteras y las almenas almenadas desde donde se atisba la rada.
Dentro del castillo se encuentra el Museo Nacional de la Marina, que narra la historia naval de Brest a través de maquetas de barcos, uniformes, instrumentos de navegación y objetos recuperados del fondo del mar.
Desde la terraza superior del castillo contemplamos las mejores vistas panorámicas de la bahía de Brest, el puente y el barrio de Recouvrance.
El Château de Brest nos traslada a la Edad Media y nos permite comprender la importancia estratégica de Brest como plaza fuerte costera desde sus orígenes. Una visita ineludible.
Proseguimos hasta la Tour Tanguy, imponente vestigio medieval desde donde las vistas panorámicas de la bahía son espectaculares. Es una de las joyas medievales ocultas que pocos turistas conocen en Brest. Se trata de la única torre que queda en pie de las murallas que antaño protegían la ciudad.
La imponente torre cilíndrica de 14 metros de altura se yergue solitaria frente al puerto. Su piedra gris oscura contrasta con el cielo azul.
Franqueamos la robusta puerta de roble y subimos por la angosta escalera de caracol. Desde las almenas disfrutamos de unas vistas privilegiadas de la bahía de Brest y el vecino barrio de Recouvrance.
En las salas interiores, que alguna vez albergaron soldados y arsenal, se narra la historia de la torre a través de paneles informativos y objetos de la época. Nos detenemos a observar algunas antiguas maquetas que muestran la Brest amurallada del s.XIV.
Tras visitar el histórico Tour Tanguy, continuamos nuestro paseo por Brest adentrándonos en el barrio de Siam.
Recorremos la animada Rue de Siam, una de las arterias comerciales de la ciudad. Las tiendas exhiben sus escaparates con las últimas tendencias de moda francesa. Los viandantes charlan despreocupados en las terrazas de los cafés.
Doblamos por la Rue Jean Jaurès hasta llegar a la Plazza de la Tour d’Auvergne. Esta pequeña plaza peatonal alberga el mercado, donde degustamos algunas especialidades bretonas como los famosos crêpes dulces y las ostradas frescas.
Continuamos hasta la magnífica Place de Strasbourg, donde se encuentra la Ópera de Brest. Su imponente escalinata neoclásica y frontón triangular le confieren un aire majestuoso.
Para finalizar la ruta, nos encaminamos al Jardin Kennedy y su invernadero con exóticas plantas tropicales. Un oasis de paz donde relajarnos observando las fuentes y esculturas avant la lettre.
Una vez relajados reanudamos el paseo, despues de pasear 15 minutos llegamos al Oceanópolis.
Uno de los tesoros ocultos de Brest que no hay que perderse. Se trata de un impresionante parque de ciencia marina ubicado en el puerto, dedicado a la biodiversidad de los océanos.
Atravesamos la pasarela acristalada sobre un estanque lleno de focas juguetonas. Su gracioso balanceo bajo el agua nos hipnotiza. Entramos en el edificio principal, cuya arquitectura futurista evoca las profundidades oceánicas.
Recorremos los tres pabellones climáticos que nos transportan a los fríos polos, los templados mares tropicales y los cálidos arrecifes. Las peceras rebosantes de coloridos peces nos maravillan. Los pingüinos se deslizan ágiles en su piscina helada. Los tiburones puntean inquietos en sus tanques.
No podemos irnos sin visitar la sala de los escualos. A través del túnel acristalado que atraviesa el gran tanque ovalado, podemos observar decenas de tiburones girando sobre nuestras cabezas. Un espectáculo sobrecogedor.
El Océanopolis nos ha permitido adentrarnos en las profundidades marinas y descubrir la vida que se esconde bajo la superficie del océano. Una visita ineludible en Brest para los amantes del mar.
Brest sigue sorprendiéndonos con su vibrante vida urbana, la elegancia de sus plazas y los pintorescos rincones ainda por descubrir.
Brest resulta una ciudad vibrante, de espíritu joven y mirada hacia el futuro que no deja de rendir homenaje a su glorioso pasado marinero. Un crisol de tradición e innovación a partes iguales.
El encanto de la Bretaña se vive intensamente en Brest, una ciudad vibrante, llena de historia y vida marítima.
Salimos de Brest al amanecer, cuando los primeros rayos de sol bañan la ciudad y el mar con una luz dorada. Tomamos la carretra hacia el norte, con el aroma del mar y los paisajes verdes y azules llenando nuestros sentidos. La carretera litoral serpentea ofreciéndonos impresionantes vistas del Atlántico.
No tardamos en divisar Le Conquet, donde dicen que Julio César atracó sus galeras. Su animado puerto nos invita a saborear unos crêpes con el delicioso caramelo salado breton.
Ménez Ham
Seguimos la ruta dominada por acantilados y playas de fina arena dorada hasta llegar al pintoresco pueblo de Ménez Ham (Meneham).
El pueblo está situado en una pequeña península con vistas a la bahía de Goulven. Sus casitas de piedra gris con tejados de pizarra se apiñan alrededor del diminuto puerto, donde ainda se pueden ver algunos botes de pescadores.
En Ménez Ham el tiempo parece haberse detenido. Paseando por sus estrechas callejuelas empedradas, entre las casas centenarias, es fácil imaginar cómo era la vida de los pescadores en el pasado. El ambiente es tranquilo y relajado.
Uno de sus principales atractivos es la pequeña capilla de Saint-Goulven, de época medieval. También merece la pena caminar por el sendero litoral hasta la Pointe du Castel donde se encuentran las ruinas de un antiguo fuerte que vigilaba la entrada de la bahía.
Es un lugar ideal para probar la famosa galette bretona con alguna de las ostras frescas que los pescadores traen cada día al puerto. Una parada encantadora en cualquier viaje por la costa de Bretaña.
Tras un merecido descanso en este pequeño puerto, continuamos entre campos de amapolas y manzanos en flor. Las historias de korrigans y otras criaturas fantásticas vienen a nuestra mente.
El siguiente destino es Plouescat, un pequeño pueblo costero donde las playas de arena se encuentran con las rocas esculpidas por el tiempo y el mar. Nos detenemos a admirar la Côte des Sables, una maravilla natural con impresionantes formaciones rocosas. Aquí, el viento trae sal marina y el grito de las gaviotas
Roscoff
Seguimos hasta Roscoff, una ciudad de calles empedradas y casas antiguas.
Destaca su animado puerto, que sigue conservando la actividad pesquera y los astilleros tradicionales. Llaman la atención los típicos botes bretones coloridos que se balancean en las aguas de la rada.
El corazón del pueblo es el barrio de pescadores, con casas bajas de granito gris que datan de los s,XVI y XVII. En la plaza Louis XVI se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de Croas Batz, de estilo gótico floral.
Roscoff tiene una importante tradición de transporte marítimo entre Francia y las Islas Británicas. El viejo muelle de los Johnnies está dedicado a los pescadores que viajaban para vender cebollas en Inglaterra.
No hay que perderse el mercadillo del puerto, donde se puede comprar fruta y verdura fresca de la zona, así como flores y plantas. Es ideal para llevarse algún recuerdo aromático de la Bretaña.
Île-de-Batz
Frente a la costa, muy cerca de Roscoff, se encuentra la La Île-de-Batz. Es una pequeña isla que mide apenas 3 km de largo y 1,5 km de ancho.
Está unida al continente mediante un pintoresco paso elevado peatonal. Sus playas de arena fina y aguas turquesa invitan a darse un baño revitalizante.
El principal atractivo es el pueblo de la isla, con sus típicas casas de granito rodeadas de hortensias. Destacan la iglesia de Saint-Pol-Aurélien y las ruinas de un antiguo castillo del siglo XV.
La isla es un auténtico vergel, con numerosos invernaderos que producen tomates, fresas y flores de exportación. Es muy agradable pasear entre los campos cultivados o por los acantilados costeros.
No hay que irse sin probar el famoso Bord à Bord, un aperitivo a base de vino blanco, hesperidina y vodka macerado con pétalos de rosa. ¡Ideal para brindar por las vacaciones!
Un lugar con encanto donde detenerse unas horas para descubrir la vida isleña antes de seguir la ruta.
Para reponer fuerzas, se pueden degustar algunas ostras frescas acompañadas de un crêpe con el típico caramelo salado breton.
Probamos también un bollo de Roscoff, un dulce local, en una pastelería junto al mar, su sabor dulce y húmedo nos recuerda que estamos en Bretaña.
¡Delicioso!
Apetece continuar nuestra travesía por la accidentada costa bretona. Desde el puerto de Roscoff tomamos dirección este, adentrándonos en el Finistère.
Montroulez
El camino discurre entre campos de manzanos en flor hasta llegar a la histórica Morlaix, con sus pintorescas casas de entramado de madera que se amontonan a orillas del río.
Nos adentramos en esta fascinante ciudad medieval siguiendo su curso.
Comenzamos en la Place des Otages, corazón de la urbe, donde la animación diaria revela su carácter. Sus casas de colores se reflejan en las aguas del Queffleuth y el Viaduc de Morlaix se alza imponente sobre nuestras cabezas.
Ascender por la empinada Rue de Tréguier es retroceder en el tiempo. Sus viejas casas de madera con entramados de colores se apelotonan unas sobre otras desafiando la gravedad. La cima well worth the effort.
Perderse por las estrechas venelles que serpentean entre las viviendas históricas es un placer para los sentidos. Bellas escalinatas de piedra nos conducen al barrio de la Manufacture des Tabacs y sus elegantes hôtels particuliers.
El sol se filtra entre los edificios proyectando juegos de luces y sombras. El murmullo del río y el canto de los pájaros componen la banda sonora.
Nos dejamos hechiz
Tras visitar la majestuosa Église Saint-Mathieu, nos dirigimos al puerto fluvial. Barcos de madera se bambolean suavemente en las aguas. El tiempo aquí se detiene.
Morlaix ha cautivado nuestro corazón para siempre.
una ciudad abrazada por un viaducto monumental que parece un gigante de piedra durmiendo.
Finalizaremos nuestra visita a Morlaix tomandonos un café en la Place des Viarmes, sintiendo la calidez del sol y la energía vibrante de la ciudad.
Partimos de la encantadora Morlaix siguiendo la sinuosa costa bretona. La aventura promete paisajes de ensueño, serpenteamos por carreteras rurales entre campos ondeantes y magicos rincones. La vida silvestre es abundante y cada rincón parece tener una nueva maravilla natural esperando a ser descubierta.
La primera parada es Gwimaeg (Guimaëc), pequeña comuna, Paseamos entre sus casas de granito gris, no podemos dejar de visitar su museo rural.
Continuamos bordeando el lítor rocoso hasta llegar al pintoresco pueblo de Lokireg (Locquirec), conocido como “uno de los pueblos más bonitos de Francia”.
Sus playas de arena fina y el animado puerto pintoresco bien lo merecen.
Seguimos la ruta pasando por Plouezoc’h, con sus particularly cubic houses blancas como la nieve. Un café en la plaza principal para observar la vida local es una parada obligatoria.
El camino serpentea entre brezales y retorcidos árboles. El mar embravecido golpea los acantilados antes de llegar a nuestro destino final, Perros-Guirec. Su casco antiguo, el paseo marítimo y el faro centinela en la bahía nos dan la bienvenida.
Ha sido una travesía llena de ricas experiencias y paisajes que ya forman parte de nuestros recuerdos bretones más bonitos.
Perros-Guirec
Llegamos a Perros-Guirec, uno de los pueblos más bonitos de la costa. Paseamos por el animado puerto abarrotado de barcos de pesca y paradisíacas playas donde las gaviotas planean sobre el mar.
Destaca su casco histórico amurallado, con bellas casonas de granito gris y estrechas callejuelas adoquinadas. En el centro se encuentra la Iglesia de San Jaime, de estilo neogótico.
Perros-Guirec cuenta con 7 kilómetros de costa que incluyen tanto playas de fina arena como abruptos acantilados. La principal es la Playa de Trestraou, bordeada por un agradable paseo marítimo.
Uno de sus símbolos es el faro de Ploumanac’h, situado sobre un promontorio rocoso. data del s.XIX y aún sigue en funcionamiento, guiando a los barcos. Se puede visitar y tiene vistas espectaculares.
Es una localidad tranquila y relajada, ideal para pasear, disfrutar de la gastronomía bretona y admirar sus impresionantes puestas de sol.
Los amantes de la naturaleza pueden explorar senderos como el GR34 o remar en kayak por las prístinas aguas de la Bahía de Perros.
Terminamos probando ostras frescas traídas esa misma mañana por los pescadores locales, acompañadas de un Muscadet frío y afrutado, antes de retomar nuestra ruta.
En resumen, un bello rincón costero para finalizar una ruta a lo largo de la escarpada costa bretona.
Emprendemos un nuevo trayecto bordeando la accidentada y bella costa bretona ¡Nos esperan rincones mágicos y paisajes de ensueño!
Salimos de Perros-Guirec disfrutando en el camino de las vistas del faro centinela. La carretera costera serpentea entre retorcidos árboles de formas imposibles. Las olas rompen con fuerza en los escarpados acantilados, desafiando la gravedad.
Proseguimos la ruta entre campos salpicados con granito, donde dicen que moran espíritus mágicos. El próximo destino es el archiconocido pueblo costero de Plouha, famoso por sus espectaculares acantilados de color rosa pálido que caen sobre el mar. Están formados por rocas sedimentarias ricas en minerales que les dan esta tonalidad rosada tan particular.
El acantilado más famoso es el Roc’h Ar Hon («Roca del niño»), de 45 metros de altura. Ofrece impresionantes vistas del litoral. Se puede acceder tras bajar 154 escalones excavados en la roca.
Otro punto destacado es la playa de Bréhec, considerada una de las más bellas de la región. Tiene arena fina, aguas turquesas y un entorno natural espectacular con los acantilados al fondo.
En el centro del pueblo se encuentra la iglesia de Saint-Pierre, de estilo gótico. También se puede visitar el faro de Plouha, construido en 1951 sobre un promontorio rocoso.
Es una parada ideal durante un viaje por la costa bretona para admirar sus imponentes acantilados color de rosa y disfrutar de las magníficas playas.
Continuamos disfrutando de calas de arena dorada y formaciones rocosas caprichosas. Finalmente llegamos a St Quay Portrieux, un típico puerto pesquero con un pintoresco barrio marinero lleno de encanto. Sus casitas de granito gris se apiñan en torno al puerto deportivo.
Uno de sus principales atractivos es la bahía de Saint-Quay-Portrieux. Ofrece un paseo marítimo muy agradable con vistas a la playa y al característico faro rayado blanco y rojo.
En el pueblo viejo destaca la iglesia parroquial de Saint-Quay, de estilo neogótico. También se pueden ver vestigios de las antiguas murallas medievales.
Es una parada ideal durante un viaje por la costa de Bretaña para pasear, probar la gastronomía local y disfrutar de una tranquila puesta de sol antes de continuar la ruta.
Los meses de verano el pueblo se llena de vida, con terrazas animadas y tiendas de artesanía. El ambiente es relajado y familiar.
Un crêpe con caramelo salado de Bretaña es el broche perfecto antes de continuar.
Reanudamos nuestro viaje, dejando atrás St Quay Portrieux y dirigiéndonos hacia Binic, otro pequeño pero encantador puerto. Aquí, la playa de La Banche nos invita a detenernos y disfrutar de un momento de relajación. La suave brisa, el sonido de las olas y la calidez del sol sobre nuestra piel nos llenan de serenidad.
.
Las últimos kilometros nos regalan más visiones de ensueño antes de llegar finalmente a St-Brieuc.
Sant-Brieg
Adentrándonos en el corazón de Saint-Brieuc nos dejamos seducir por el encanto de esta ciudad bretona.
Iniciamos el paseo en la Place du Chai, nervio comercial rodeado de edificios medievales como el Ayuntamiento o los entramados de colores de la Rue des Trois Frères Le Goff.
Serpenteando por callejuelas adoquinadas llegamos a la imponente Cathédrale Saint-Étienne y su inconfundible flecha gótica. Dentro, la luz multicolor que atraviesa los vitrales crea una atmósfera mística.
Tras la visita, nos dirigimos a las Terrasses de la Villa Rouge a disfrutar de las vistas panorámicas de la bahía. El canto de las gaviotas y la brisa marina acompañan nuestra degustación de ostras frescas.
Dejamos atrás Saint-Brieuc, disfrutando de las vistas del mar embravecido estrellándose contra los acantilados. La primera parada es Erquy, un pintoresco pueblo costero conocido por sus playas de arena fina y sus famosas ostras. Paseamos por el puerto apreciando los botes coloridos
Continuamos bordeando el escarpado litoral, dejándonos hipnotizar por el vaivén de las olas.
Tras varios miradores espectaculares, llegamos al faro de Fréhel, centinela solitario erguido sobre un promontorio rocoso.
Las vistas desde el faro de Fréhel son sencillamente espectaculares y conforman uno de los paisajes más imponentes de la costa de Bretaña.
Erguido sobre un promontorio rocoso desde 1618, este faro centinela domina todo el tramo de costa conocido como La Côte de Granit Rose. Ofrece unas panorámicas únicas del litoral breton.
Desde sus mas 67 metros de altura se divisan los acantilados que caen dramáticamente sobre un mar embravecido, creando un paisaje grandioso. Las paredes rocosas adoptan formas caprichosas esculpidas por la fuerza del viento y las olas durante siglos.
Cuando la visibilidad es buena, en un día despejado se pueden ver hasta las Islas Anglonormandes e incluso el Monte Saint-Michel en la distancia.
Subir al faro de Fréhel es una experiencia ineludible para contemplar en todo su esplendor la belleza salvaje y los contrastes del paisaje costero breton. Un espectáculo natural que queda grabado para siempre en la memoria.
Proseguimos pasando por playas de arena blanca hasta llegar a Dinard, .
Dinarzh
Adentrándonos en Dinard nos dejamos seducir por el encanto de esta elegante ciudad costera bretona que destaca por su arquitectura balnearia Belle Époque.
Iniciamos el paseo en el animado Paseo Marítimo de Clairefontaine, con sus vibrantes casinos y lujosos hoteles que evocan la época dorada de los baños de mar. La brisa marina y el graznido de las gaviotas nos acompañan mientras admiramos las majestuosas villas decimonónicas.
Atravesamos el idílico Jardín Botánico, auténtico oasis de calma donde escuchar el murmullo relajante de los arroyos y el canto de los pájaros exóticos. El perfume de las flores exuberantes embriaga nuestros sentidos.
Descubrimos después el pintoresco barrio pesquero de Port-Blanc, con sus estrechas callejuelas empedradas y casitas de granito gris apiñadas entorno al puerto. El ir y venir de los pescadores en el muelle añade autenticidad.
Acabamos nuestro recorrido en la Plage de l’Écluse, de arena blanca y fina, donde los colores anaranjados del atardecer se reflejan en las tranquilas aguas.
Ha sido un paseo inolvidable por esta joya del norte de Bretaña.
Abandonando el encanto costero de Dinard, nos adentramos tierra adentro en dirección a la medieval Dinan. El camino promete parajes bucólicos y rincones cargados de historia.
Vivimos entre campos ondulantes salpicados de imponentes megalitos, mudos testigos de ancestrales leyendas. El viento hace ondular los campos de trigo y el aroma a naturaleza invade nuestros sentidos.
Continuamos la ruta rural entre bosques y riachuelos cristalinos hasta vislumbrar el valle del Rance. El sonido del río guiará nuestro camino hasta el medieval Dinan.
Finalmente se revela ante nuestros ojos el majestuoso casco amurallado de Dinan, balanceándose sobre el río.
.Dinan
Hemos llegado a la encantadora ciudad medieval a orillas del río Rance situada en el departamento de Côtes-d’Armor.
Paseamos embelesados por sus calles empedradas y sus antiguas casonas de entramado de madera que datan de los siglos XV y XVI.
Muchas están adornadas con esculturas y balcones repletos de flores. El núcleo antiguo se divide en la ciudad alta y la ciudad baja, unidas por el imponente viaducto medieval.
Desde el majestuoso puente fortificado sobre el Rance contemplamos extasiados la Basílica de Saint-Sauveur de estilo gótico flamígero, con sus dos altas torres y elaboradas esculturas.
También podemos visitar las murallas que protegían la ciudad, que están muy bien conservadas y que se pueden recorrer a pie en su totalidad.
En el centro está la Plaza del Reloj, concurrida plaza rodeada de edificios con entramado de madera y terrazas animadas. Allí se encuentra el antiguo Palacio de Justicia y el reloj de la ciudad.
Dinan tiene un ambiente muy vivo, con numerosos restaurantes, creperías y tiendas que venden artesanía local. Cerca se encuentra el majestuoso Castillo de la Duquesa Ana, fortaleza medieval situada sobre un promontorio rocoso con vistas al valle.
El camino promete parajes naturales de belleza salvaje y encanto marinero.
Seguimos por el valle del Rance. Los campos ondulados salpicados de menhires centenarios se suceden ante nuestra vista.
Tras varios kilómetros divisamos en la distancia las majestuosas murallas de Saint-Malo.
Sant-Maloù
Adentrándonos en el corazón de Saint-Malo nos dejamos hechizar por este enclave fortificado rodeado por potentes murallas que en el pasado protegieron de temidos corsarios.
Iniciamos el paseo en la animada Place Chateaubriand, epicentro de la vida local, donde la música en vivo de los artistas callejeros añade un ambiente vibrante.
Aproximándonos a la majestuosa Porte Saint-Vincent podemos intuir la grandeza de la histórica Saint-Malo tras sus poderosas murallas.
Esta imponente entrada fortificada se alza ante nuestros ojos con sus robustos torreones defensivos desafiando el paso del tiempo. La piedra centenaria adquiere tonos dorados bajo los últimos rayos de sol.
Tras cruzar el foso seco rodeado de silvestres zarzas, nos aventuramos bajo el enorme arco de la Puerta. Por un instante, el bullicio de la ciudad moderna se desvanece. Sólo se oyen nuestras pisadas resonando en la piedra.
Levantamos la vista hacia la estatua de Saint Vicent que corona la Puerta e imaginamos el ir y venir de los antiguos marineros bajo su benevolente mirada. En la distancia, el mar acaricia suavemente los imponentes muros.
La Porte Saint-Vincent supone el umbral mágico hacia el corazón de Saint-Malo, una ciudad con alma de corsario donde el tiempo transcurre al ritmo de las mareas. Atravesarla es adentrarse en su cautivadora historia.
Las casas de granito gris reflejadas en las aguas del puerto conforman una postal inolvidable.
Serpenteando por estrechas callejuelas adoquinadas que suben y bajan llegamos a la Catedral de Saint-Vincent, imponente con sus torres neogóticas recortadas contra el cielo. Dentro, la luz multicolor inundando la nave crea una atmósfera mística.
Tras la visita, nos encaminamos al puerto fortificado donde aún resuenan las historias de intrépidos marineros y botines robados. Desde los baluartes disfrutamos de las vistas de los veleros meciéndose suavemente en las aguas de la bahía.
Pero Saint-Malo es mucho más que su ciudad amurallada. Decidimos explorar sus alrededores y nos encontramos con playas que parecían sacadas de una postal. La Playa de Bon Secours, con su piscina natural y sus vistas al Fuerte Nacional. Nos zambullimos en sus aguas claras, sintiendo el contraste del agua fría del Atlántico con el sol cálido en nuestra piel.
Más allá, en la marea baja, nos aventurarnos a la Isla de Grand Bé. Con los pies descalzos, seguimos el sendero que nos lleva a la tumba de Chateaubriand, un lugar de reflexión que conecta la literatura, la historia y la naturaleza.
La tarde nos encuentra en Rothéneuf, un pequeño enclave al este de Saint-Malo. Famoso por sus esculturas en las rocas, esculpidas por el ermitaño Abbé Fouré, contemplamos estas maravillas talladas por manos humanas en la roca viva. Cada figura parece tener una historia que contar, una leyenda que descubrir.
El día concluye en la Pointe de la Varde, donde el atardecer bañó el paisaje en tonos dorados y carmesí. En la cima, nos sentimos como guardianes de todos los secretos que hemos descubierto a lo largo del día. Mirando hacia el horizonte, donde el cielo se funde con el mar, nos prometemos regresar a esta tierra mágica, porque sabemos que Saint-Malo y sus alrededores aún tienen muchos misterios por revelar
El aire marino aún impregna nuestras ropas cuando abandonamos la fortificada Saint-Malo. Las murallas, testigo de tantas historias de corsarios y asedios, nos despiden mientras emprendemos un nuevo capítulo de nuestra aventura bretona.
A medida que el Atlántico queda atrás, el paisaje se va transformando. El verde intenso de los campos nos envuelve, y pequeños pueblos con sus piedras grises y tejados a dos aguas salpican nuestra ruta. Aunque nos alejamos del mar, sentimos que nos adentramos en el corazón de la Bretaña, en su esencia más pura y tradicional.
Tras varios kilómetros aparece ante nosotros el imponente Castillo de Felger (Fougères), el más grande de Bretaña, aún dominando la pequeña localidad desde su elevado emplazamiento rocoso. Recorremos asombrados sus salas medievales y sus torreones que se recortan contra el cielo. Las callejuelas de Fougères nos invitan a pasear, a descubrir sus tiendas artesanales, sus pequeños bistrós donde el olor a crepes recién hechos nos seduce.
Retomamos el camino rural entre bosques centenarios y arroyos cristalinos. A lo lejos, otra fortaleza nos da la bienvenida.
Vitré
Acercándonos al majestuoso Castillo de Vitré podemos evocar la atmósfera medieval de esta monumental fortaleza que domina la ciudad desde su colina rocosa.
Las imponentes murallas almenadas se elevan ante nuestra vista, en una muda demostración de poder. Cuando atravesamos la sólida puerta nos invade una sensación de retroceder en el tiempo.
Recorriendo el adoquinado camino en espiral hacia la cima llegamos al recinto amurallado. Las casas tradicionales de entramado de madera se apiñan bajo la atenta mirada de los torreones. En cada rincón se intuye la vida cotidiana de antaño.
Desde lo alto de las almenas, las vistas del casco histórico de Vitré se abren ante nosotros.
Imaginar el sonido de los cascos de los caballos sobre los adoquines que llega desde abajo.
Tras visitar las estancias del castillo, donde aún parecen resonar ecos del pasado, regresamos sobre nuestros pasos con la evocadora imagen de esta imponente fortaleza grabada en la memoria. El Castillo de Vitré atesora toda la magia de la Bretaña medieval.
. Cada piedra de este bastión parece conservar ecos de antiguas leyendas, y la ciudad misma se despliega a sus pies, como un tapiz tejido con hilos de historia y tradición.
Las fachadas con entramados de madera, las flores que adornan las ventanas, las plazas escondidas donde músicos callejeros tocan melodías tradicionales… todo en Vitré nos habla de un pasado en el que el tiempo se movía a otro ritmo. Aquí, bajo la sombra de una vieja encina, saboreamos la dulzura de la sidra local y las texturas del queso breton.
Vitré, con su casco antiguo y su castillo medieval, parece sacada de un cuento de hadas
Mientras paseamos, nos encontramos con lugareños amables que nos cuentan historias de antiguos caballeros y misteriosas damas que una vez caminaron por estas mismas calles. Uno de ellos, un anciano con ojos brillantes, nos habla del Étang Vallier (Lago de la Valière), un espejo de agua cercano envuelto en mitos. Cuentan que, durante las noches de luna llena, se pueden escuchar susurros y melodías provenientes de su profundidad, ecos de un amor prohibido entre un caballero y una ninfa del agua.
Decididos a descubrir más, nos dirigimos hacia el lago. El paisaje que nos rodea es una mezcla de verdes prados y densos bosques. Al llegar al Lago de la Valière, la serenidad del lugar nos envuelve. El agua, cristalina y calma, refleja el azul del cielo y las siluetas de los árboles circundantes. Nos sentamos en sus orillas, y aunque no escuchamos susurros místicos, sentimos una conexión especial con la tierra, con las historias y leyendas que conforman este rincón de Bretaña.
A medida que la tarde avanza, regresamos a Vitré y decidimos visitar de nuevo el castillo antes del anochecer. Sus murallas, altas y robustas, han sido testigo de siglos de historia. Dentro, recorremos sus salas y torres, imaginando las vidas de aquellos que habitaron este lugar, sus alegrías, sus desafíos, sus secretos.
Con la llegada de la noche, Vitré se transforma. Las luces cálidas de las farolas se reflejan en los adoquines, y la ciudad se llena de risas y música. Nos unimos a un grupo que celebra con danzas tradicionales en la plaza principal, y nos dejamos llevar por la alegría y la camaradería.
Mientras la noche avanza, nos damos cuenta de que Vitré y sus alrededores no son solo un destino, sino un viaje en sí mismo, una inmersión en un mundo donde la historia, la naturaleza y la tradición se entrelazan de forma mágica.
Proseguimos la marcha, dejando atrás hadas y príncipes que en un pasado lucharon por el amor de su princesa.
A lo lejos se divisa una gran urbe, és Rennes la capital de Bretaña.
Roazhon
Rennes nos da ahora la bienvenida como capital de Bretaña.
Adentrándonos en el corazón de Rennes nos dejamos seducir por el encanto de esta vibrante ciudad donde lo antiguo se fusiona con lo moderno.
Iniciamos el paseo en la animada Place de la Mairie, epicentro de la vida local, donde los artistas callejeros añaden un ambiente festivo. Nos dirigimos después a la imponente Cathédrale Saint-Pierre , recorriendo su majestuosa nave gótica inundada por la luz multicolor que se filtra a través de los vitrales.
La Cathédrale Saint-Pierre , orgullo de la ciudad, nos recibe con sus imponentes torres neogóticas de casi 50 metros recortándose en el cielo. Dentro, la luz se filtra en destellos multicolores a través de los vitrales, bañando las elegantes bóvedas de piedra con un halo místico.
Tras la visita, pasamos por el histórico Parlamento de Bretaña, imponente y majestuoso, se alza frente a nosotros, contando historias de debates y decisiones que forjaron el destino de esta región.
Nos adentramos en las estrechas callejuelas, donde cada rincón nos cuenta una historia
Camino a la bulliciosa Place des Lices, ideal para sentarnos en una terraza y observar a los transeúntes.
Cada sababo por la mañana de 07:30 a 13:30 se celebra Le marché (El mercado) des Lices, uno de los más grandes de Francia, es un festival para los sentidos. Los colores vibrantes de frutas y verduras, el aroma del queso fresco y el murmullo constante de negociaciones y risas nos envuelven. Aquí, nos deleitamos con una galette, el famoso crepe salado de la región, acompañado de una sidra burbujeante.
Pero Rennes no es solo su centro histórico. Decidimos explorar sus alrededores y nos encontramos con el Parc du Thabor. Este oasis verde en medio de la ciudad es un refugio para el alma. Paseamos por sus jardines franceses, descubrimos pequeños estanques y nos relajamos al son de las fuentes que decoran el paisaje.
el corazón de la ciudad, la Place des Lices se convierte en un teatro viviente cada sábado. Los actores no son profesionales, sino vendedores y clientes que participan en el ritual semanal del mercado. Aquí, los viejos cuentos bretones cobran vida entre los puestos de alimentos, mientras los abuelos narran historias a sus nietos sobre las raíces de su tierra.
Rennes siempre ha sido un hervidero de creatividad. Las universidades de la ciudad han sido cuna de pensadores, escritores y artistas que han dejado su huella en el mundo. Nos sumergimos en la Bibliothèque de Rennes Métropole y nos encontramos rodeados de pilares del conocimiento. Cada libro, cada manuscrito, nos habla de la profunda relación entre la ciudad y el mundo de las letras.
La música resuena por cada esquina. Desde los bares y cafés del Rue Saint-Michel, conocida por los locales como «la calle de la sed», emergen melodías que fusionan lo tradicional con lo moderno. Los jóvenes músicos toman prestados ritmos ancestrales y los mezclan con sonidos contemporáneos, creando un tapiz sonoro que define la esencia de Rennes.
La cultura visual también tiene un fuerte arraigo aquí. Visitamos el Musée des Beaux-Arts, y nos encontramos frente a frente con obras maestras que trascienden el tiempo. Las pinturas, esculturas y fotografías nos relatan historias de pasiones, conflictos y triunfos.
Mientras paseamos, descubrimos que Rennes es también un escenario de festivales. Desde el Festival Transmusicales, que celebra la diversidad musical, hasta el Festival Travelling, que rinde homenaje al cine, la ciudad vive y respira arte en todas sus formas.
A medida que la noche se cierra sobre nosotros, la cultura de Rennes nos ha envuelto en un abrazo cálido y apasionado. Aquí, en esta ciudad, la tradición y la modernidad coexisten en una danza eterna, y nosotros, afortunados visitantes, somos testigos de su magia.
La noche avanza y, al elevar nuestra vista al cielo estrellado, sentimos que Rennes nos ha abrazado con su mezcla única de historia y modernidad, de tradición y vanguardia. Sabemos que esta ciudad y sus historias quedarán grabadas en nuestro corazón por siempre.
Finalizamos el día contemplando una mágica puesta de sol sobre el río desde el Jardin du Thabor, pulmón verde de Rennes ideal para la relajación.
Rennes nos ha cautivado con su mezcla seductora de tradición, cultura y modernidad.
Mientras dejamos atrás las bulliciosas calles de Rennes, el paisaje ante nosotros comienza a cambiar gradualmente. La arquitectura urbana da paso a campos verdes, bosques espesos y pequeños pueblos que salpican el horizonte.
Las sombras de la mañana nos guían hacia Châteaubriant, donde el aura de misterio nos envuelve desde el primer momento.
El Château de Châteaubriant, con sus torres imponentes y murallas robustas, parece contener en su interior los secretos de siglos pasados. A medida que recorremos sus salas y pasillos, las leyendas de amores trágicos y conspiraciones políticas nos atrapan, haciéndonos sentir protagonistas de esas mismas historias.
Caminando por las calles adoquinadas, descubrimos la vida tranquila de Châteaubriant. Pequeñas boutiques nos ofrecen artesanías locales, mientras que los aromas que provienen de las boulangeries nos tientan con delicias recién horneadas. Antes de continuar nuestro viaje, nos detenemos en un pequeño café y saboreamos un croissant y un café au lait, mientras observamos la cotidianidad de los habitantes.
Retomamos la ruta contemplando los densos bosques y los riachuelos que surcan el valle hasta llegar a la histórica Redon.
Redon, nos recibe con un paisaje donde el agua es la protagonista. Al llegar, nos encontramos con el cruce del Canal de Nantes a Brest y el río Vilaine, lo que ha otorgado a Redon el título de «Venecia del Oeste». Las embarcaciones que se mecen suavemente en el agua y los reflejos de las casas históricas en la superficie del río crean una imagen digna de una pintura.
Decidimos alquilar una pequeña barca para explorar la red fluvial.
De I, Ikmo-ned, CC BY-SA 3.0, Enlace
A medida que nos deslizamos por el agua, las siluetas de la abadía de Saint-Sauveur y el antiguo puerto nos llevan a tiempos pasados. Al regresar a tierra firme, nos damos el lujo de degustar una galette bretona en un restaurante junto al río, acompañada de una copa de sidra local.
Con la tarde acercándose, emprendemos la última etapa de nuestro viaje hacia Rochefort-en-Terre
Rochefort-en-Terre
Emerge como un pueblo de cuento de hadas en medio del valle verde del río Claie. Sus encantadoras casitas de piedra gris se encuentran cubiertas de hiedra y rodeadas de exuberantes jardines repletos de flores. Caminar por sus calles empedradas es como transportarse a otra época.
El núcleo histórico se articula alrededor de la iglesia románica de San Juan Bautista, con su torre octogonal y elaborado campanario. Pasear por la Plaza des Halles nos permite admirar bellas muestras de la arquitectura bretona tradicional.
Por doquier encontramos rincones que invitan a la contemplación, como el idílico Lavoir de la Fontaine, antiguo lavadero convertido en estanque con nenúfares donde las ranas croan. O los jardines con rosales trepadores cubriendo las fachadas de piedra gris.
Callejuelas serpenteantes como la pintoresca Rue du Petit Pont nos guían hasta bellos miradores con vistas a los tejados de pizarra. En cada esquina descubrimos detalles encantadores como macetas rebosantes de flores, fuentes cubiertas de musgo o estatuas envueltas en hiedra.
Rochefort-en-Terre ha sabido preservar toda la belleza y el encanto de la arquitectura tradicional bretona. Pasear por sus rincones es retroceder en el tiempo y deleitarse con cada detalle. Una joya que el viajero no debe perderse.
Sus adorables casitas de piedra cubiertas de hiedra, los jardines repletos de rosas y sus callejuelas empedradas transportan a un cuento de hadas.
Rochefort-en-Terre nos despide con un amanecer de tonos dorados y rosados. Las primeras luces iluminan las piedras de sus antiguas casas, y el aire lleva una promesa fresca de aventuras. Atravesamos la Place du Puits, despidiéndonos de ese mágico rincón que ha sido nuestro refugio, y nos embarcamos en un nuevo trayecto hacia el corazón de Bretaña.
El paisaje entre Rochefort-en-Terre y Ploërmel es un despliegue de verde profundo y cielos inmensos. Bosques, prados y pequeños lagos brillan bajo el sol del mediodía. Las conversaciones se apaciguan, y dejamos que la naturaleza hable por sí misma.
Al llegar a Ploërmel, el Lac au Duc se extiende ante nosotros como un espejo que refleja el azul infinito. Nos detenemos un momento a su orilla, escuchando el susurro del viento y el canto de las aves. Este lago es un remanso de paz y el lugar perfecto para un picnic improvisado. Sacamos quesos bretones, baguettes frescas y sidra local, mientras nos deleitamos con el paisaje.
Una vez satisfechos, retomamos nuestra ruta hacia Josselin.
En el horizonte, vemos emerger la silueta del Château de Josselin. Esta fortaleza medieval, con sus torres puntiagudas y murallas impenetrables, nos invita a explorar su interior. Dentro, cada sala nos cuenta una historia diferente, de caballeros y damas, de batallas y traiciones. Los jardines del castillo, cuidadosamente diseñados, son un laberinto de colores y aromas.
El propio Josselin parece una extensión del castillo. Paseando por sus calles adoquinadas, descubrimos boutiques encantadoras y cafés con terrazas que ofrecen vistas al río Oust. Nos sentamos a disfrutar de un café crème, mientras observamos cómo las barcas fluyen suavemente por el agua.
A medida que el sol comienza a declinar, continuamos nuestro camino hacia Pondi (Pontivy). La carretera serpentea entre colinas y bosques, creando un ambiente místico. Cada curva revela un nuevo panorama, cada árbol parece guardar un secreto.
Foto de Pascal Bernardon en Unsplash
Finalmente, las torres de Pontivy se levantan ante nosotros. Conocida por su dualidad histórica, la ciudad combina el encanto medieval del Château des Rohan con la elegancia neoclásica del Quartier Napoléon. Exploramos sus calles, sintiendo la fusión de tiempos y estilos. La Basilique Saint-Joseph nos da una pausa espiritual, mientras sus vitrales pintan patrones de luz en el suelo.
El día termina en una pequeña taberna bretona en el corazón de Pontivy. Mientras degustamos un plato tradicional de galettes y crepes, brindamos por este viaje, por los recuerdos creados y por los caminos que aún nos esperan.
Partimos de Pontivy por carreteras secundarias que serpentean entre campos aún cubiertos por la bruma matinal. El cantar de los gallos rompe el silencio del amanecer.
Gwengamp
La primera parada, Guingamp , se yergue orgullosa con su rico legado
La Basilique Notre-Dame de Bon Secours nos recibe con su fachada gótica, que parece susurrar las historias de peregrinos y devotos. Paseamos por la Place du Centre, donde las terrazas animadas están llenas de risas y conversaciones. No resistimos la tentación de probar una galette en uno de los pequeños puestos, mientras disfrutamos del bullicio de la ciudad.
Guingamp nos sorprende con sus callejuelas y plazuelas, donde descubrimos tiendas de artesanía local y librerías que parecen sacadas de un cuento. Sin embargo, es el río Trieux el que nos invita a una pausa contemplativa. Nos sentamos a la orilla, observando cómo las aguas reflejan la vida y energía de la ciudad.
Seguimos rumbo a Uhelgoad (Huelgoat), el paisaje cambia drásticamente. De repente, nos encontramos en un mundo de bosques densos y misteriosos, donde la naturaleza reina con majestuosidad. El Forêt d’Huelgoat nos envuelve en un manto de tranquilidad y magia.
Caminamos entre gigantescos bloques de granito, explorando cuevas y escuchando leyendas sobre hadas y criaturas del bosque. La Grotte du Diable y la Roche Tremblante nos desafían con sus enigmas y leyendas, y nos sumergimos en cada rincón, dejándonos llevar por la curiosidad.
Una vez fuera del bosque, el encanto de Huelgoat nos envuelve. Las casas tradicionales, el lago central y el murmullo de las fuentes nos hablan de una vida sencilla pero plena. Nos detenemos en un café para saborear un pastel breton y observar la vida pasar.
el camino hacia Brasparts nos muestra una Bretaña diferente: más salvaje, más íntima. Las montañas Monts d’Arrée se elevan ante nosotros, desafiantes y majestuosas. Las nubes parecen abrazar sus cimas, creando un paisaje etéreo.
Al llegar a Brasparzh (Brasparts), el sentimiento de estar en un lugar donde el tiempo se ha detenido es abrumador. Los alrededores, especialmente el Lac de Saint-Michel, nos invitan a una conexión profunda con la naturaleza. Nos embarcamos en un paseo en barca, sintiendo cómo cada remada nos aleja de la rutina y nos acerca a la esencia de este rincón de Bretaña.
Pasamos la tarde explorando los alrededores, dejándonos sorprender por pequeñas aldeas, molinos antiguos y miradores que ofrecen vistas panorámicas impresionantes. Cuando el sol comienza a descender, encontramos un pequeño bed and breakfast donde la hospitalidad bretona nos acoge.
En la noche, bajo un cielo estrellado, recordamos cada momento, cada rincón descubierto en esta jornada. Hemos viajado a través de historias, paisajes y sensaciones. Y aunque el viaje continúa, sabemos que este tramo permanecerá con nosotros, como un tesoro guardado en el corazón.
El sol apenas a despertado sobre el horizonte bretón cuando enpredemos una misión peculiar, ajustamos nuestras mochilas y nos lanzamos a la carretera. No buscabamos paisajes impresionantes ni monumentos históricos. Buscabamos la aldea más famosa de la historia, la aldea de Astérix y Obélix.
Comenzamos nuestra búsqueda en Rennes, tras escuchar rumores de que un druida local prepara una poción especial. Después de preguntar a más de una docena de personas y recibir miradas desconcertadas, nos encontramos en una taberna donde un anciano nos guiña un ojo y murmura: «Buscad en el norte, donde las piedras cuentan historias». Así que, siguiendo esa pista críptica, nos dirigimos hacia la Costa de Granito Rosa.
Por el camino, nos parece haber visto a un hombre de bigote prominente cargando un menhir en Ploumanac’h. Pero cuando nos acercamos, resulta ser simplemente una ilusión óptica creada por las rocas rosadas.
En Saint-Malo, nos infiltramos en una reunión secreta tras ver un símbolo familiar en una puerta de madera: un pequeño gallo, como el que adorna el casco de Astérix. Pero, para nuestra sorpresa, no es una reunión de galos rebeldes, sino un club de fanáticos del queso camembert.
Tras unos cuantos crepes y sidras para reponer energías, nos dirigimos hacia la misterioso Forêt d’Huelgoat, donde las rocas parecen tener vida propia.
«¡Aquí es!».
«¡Estoy seguro de que la aldea está escondida entre estos árboles!»
Pero, tras horas de búsqueda, solo encontramos un campamento de boy scouts y una ardilla especialmente agresiva.
Mientras nos dirigímos hacia Quimper, un borracho en una taberna nos canta una canción sobre una aldea oculta cerca de un faro. Con el corazón lleno de esperanza, nos dirigimos hacia la Pointe du Raz, esperando finalmente encontrar su elusiva aldea. Sin embargo, la única resistencia que encontramos ha sido la de los vientos furiosos azotando la costa.
Con el espíritu algo decaído pero sin perder la esperanza, nos dirigimos a Brest, donde, en medio de la ciudad, encontramos un parque temático dedicado a Astérix y Obélix. Con una mezcla de decepción y alivio, nos damos cuenta de que, quizás, la verdadera aldea nunca ha sido un lugar físico, sino un rincón especial en el corazón de cada fanático.
Finalmente, al ponerse el sol sobre Bretaña, nos sentamos en una colina, mirando el horizonte. Y aunque no encontramos la aldea, sí descubrimos la magia, el misterio y la maravilla de Bretaña. Con una sonrisa en los labios y una galette en mano, brindamos por nuestra próxima aventura.
Y quién sabe, tal vez la aldea de Astérix y Obélix todavía esté allí fuera, esperando ser descubierta por aquellos con la determinación y la imaginación para encontrarla.
Un Viaje Sensorial por la Gastronomía Bretona
Crêpes y Galettes: Iniciar una aventura gastronómica en Bretaña sin mencionar los crêpes y galettes sería un sacrilegio.
Las galettes, hechas de harina de trigo sarraceno, son normalmente saladas y pueden estar rellenas de ingredientes como queso, jamón y huevo. Su textura es ligeramente crujiente por fuera, y su sabor terroso contrasta a la perfección con rellenos salados.
Los crêpes son versiones dulces, doradas y tiernas, frecuentemente servidas con azúcar, mermelada, chocolate o incluso sidra bretona flambeada. El olor de estas delicias cocinándose sobre un fogón caliente es irresistiblemente acogedor y evoca recuerdos de festivales y ferias locales.
Kouign-Amann: Este es un pastel tradicional de la región, cuyo nombre significa «pastel de mantequilla» en bretón. Y sí, es tan delicioso como suena. Con capas y capas de hojaldre y mantequilla, carameliza al hornearse, ofreciendo un exterior crujiente y un interior tierno y derretido. Al morderlo, su sabor dulce y salado se fusiona con una explosión de mantequilla. Es un deleite dorado que brilla bajo la luz, prometiendo placer en cada bocado.
Huîtres de Cancale: Cancale, a menudo denominada la «capital de las ostras» de Francia, ofrece algunas de las ostras más frescas y deliciosas que podrás probar. Con un sabor que evoca al océano, estas ostras son una mezcla de salinidad y dulzura, con una textura carnosa y jugosa. Abiertas frente a ti y servidas en su concha, son una visión rústica y marina que despierta el apetito.
Sidra Bretona: El suave burbujeo de la sidra bretona es una sinfonía para los oídos y un regocijo para el paladar. Fabricada a partir de manzanas locales, su sabor es una mezcla entre dulce y ácido, con notas de frutas y un sutil toque amaderado. La sidra, con su tono dorado y burbujas danzantes, es el acompañante perfecto para una galette salada o simplemente para brindar por un día bien pasado.
Andouille de Guémené: Este es un embutido ahumado hecho de tripas de cerdo, y aunque su descripción pueda no ser del gusto de todos, su sabor es profundamente rico y ahumado, con una textura única. Cortado en finas láminas y servido frío, su aroma ahumado y su apariencia en espiral atraen y fascinan.
Far Breton: Imagina un flan y un pastel fusionados en un postre. Eso es el Far Breton. A menudo se le añaden ciruelas pasas, que aportan un toque dulce y pegajoso. Cada cucharada es densa, húmeda y con el toque justo de dulzura, haciéndolo un final perfecto para cualquier comida bretona.
Degustar Bretaña es sumergirse en una paleta de sabores ricos y diversos que hablan de su historia, su tierra y su mar. Es una experiencia que va más allá del paladar, se siente en el corazón. ¡Bon appétit!