Visitar Normandía es adentrarse en una región llena de historia, cultura y paisajes impresionantes. Os proponemos una ruta para descubrir sus rincones más destacados.
Rouen
La histórica capital de Normandía, donde las calles parecen susurrarnos crónicas de tiempos pasados y el aire está impregnado del aroma de la madera antigua y las flores frescas de los mercados. Las calzadas empedradas se estiran bajo nuestros pies, guiándonos por un laberinto de fachadas con entramados de madera, que se mecen al compás del tiempo, pareciendo oscilar entre el presente y la Edad Media.
A medida que caminamos, la majestuosidad de la catedral de Notre-Dame de Rouen irrumpe en nuestro campo visual.
Su arquitectura gótica nos atrapa, con esos imponentes arcos y gárgolas que parecen vigilarnos desde las alturas. No podemos evitar pensar en todos los artistas que se sintieron igualmente cautivados por su belleza, como Monet, quien la pintó una y otra vez, buscando capturar la esencia cambiante de su fachada bajo distintas luces y estaciones.
Desviándonos de la catedral, el reloj astronómico, Le Gros-Horloge, nos da la hora con su carillón. Esta maravilla renacentista no solo mide el tiempo, sino también las fases de la luna, y bajo su arco, nos sentimos atravesando un portal hacia otra era.
Pasamos por el barrio antiguo y nos topamos con la Place du Vieux-Marché, donde un moderno monumento recuerda a Jeanne d’Arc, la doncella de Orleans.
la heroína nacional de Francia, tiene una fuerte presencia en Rouen donde fue juzgada y ejecutada en 1431.
Algunos lugares imprescindibles para conocer su legado.
La Place du Vieux Marché es el escenario donde Juana de Arco fue quemada en la hoguera. Hoy preside la plaza una cruz conmemorativa y la moderna Iglesia de Santa Jeanne d’Arc erigida en los años 70 del s.XX.
El Historial Juana de Arco narra la vida de la heroína a través de objetos, recreaciones y multimedia. Se encuentra muy cerca de la plaza, en el antiguo arzobispado.
La antes citada Catedral que es donde Juana de Arco fue condenada en un juicio fraudulento. Se puede ver el lugar exacto señalado con una «V» en el suelo. También hay un vitral en su honor.
El Museo de Bellas Artes alberga numerosas obras dedicadas a Juana de Arco, como cuadros de Jules Bastien-Lepage o esculturas de François Rude.
El Donjon de Rouen, Unico vestigio del Château de Rouen. Fue una de las prisiones donde estuvo recluida y hoy acoge una exposición sobre su proceso.
Recorrer estos lugares ayuda a entender mejor la desafiante vida de Juana de Arco y su paso por la historia de Francia.
Aunque la historia nos dice que fue quemada en la hoguera aquí, sentimos un respeto reverencial más que tristeza. Su legado y valentía siguen vivos en cada rincón de esta ciudad.
Decidimos aventurarnos a las afueras de Rouen, y el paisaje cambia. Los verdes prados se extienden ante nosotros, salpicados ocasionalmente por casitas con techos de pizarra y molinos de viento antiguos. El río Sena serpentea perezosamente, reflejando el azul claro del cielo.
En nuestro camino de regreso, la puesta de sol baña a Rouen con una luz dorada. Las campanas suenan a lo lejos, y los aromas de los restaurantes locales nos invitan a sentarnos y degustar las delicias normandas: una sidra fresca, un trozo de queso Camembert y, para finalizar, un postre de manzana caliente.
La noche cae sobre Rouen, y las luces comienzan a brillar en los puentes y edificios históricos, reflejándose en las aguas del Sena. Con el corazón lleno de gratitud por la riqueza histórica y la belleza de esta ciudad, nos prometemos regresar algún día, para nuevamente dejarnos llevar por sus encantos y secretos.
Caen
Proseguimos el viaje, situada en la región de Normandía, al norte de Francia, es conocida como la «Ciudad de los Cien Campanarios». Aunque sufrió daños significativos durante la Segunda Guerra Mundial, ha sido restaurada y conserva gran parte de su patrimonio histórico y arquitectónico.
El Castillo de Caen, construido por Guillermo el Conquistador en el s.XI. Sirvió originalmente como una fortaleza que le permitió asegurar su poder sobre la región. Más allá de su papel militar, el castillo también se erigió como un símbolo del poderío normando. Durante el paso de los años, ha presenciado una serie de acontecimientos históricos, desde batallas hasta renovaciones artísticas. Visita el Musée de Normandie dentro del castillo para conocer la historia local y el Musée des Beaux-Arts, con una vasta colección de arte europeo.
El castillo no solo es un punto de referencia para los amantes de la historia, sino también un punto de encuentro para la comunidad. Sus amplios jardines y espacios abiertos suelen ser el escenario de festivales, actuaciones y otras actividades culturales.
La vista desde las murallas del castillo ofrece un panorama sin igual de la ciudad de Caen, y en un día claro, puedes ver gran parte de la región circundante.
No te pierdas la Abadía de los Hombres y la Abadía de las Damas, dos joyas arquitectónicas que datan de la misma época.
Fundada en el año 1063 por Guillermo el Conquistador, la Abadía de Saint-Étienne se construyó como parte de un acto de penitencia. Según la leyenda, el Papa había censurado a Guillermo por su matrimonio con Matilda de Flandes, considerándolo consanguíneo. Como penitencia, Guillermo decidió construir dos abadías en Caen. La Abadía de los Hombres y la Abadía de las Damas.
El diseño arquitectónico de la abadía es un glorioso ejemplo del románico normando que evoluciona hacia el gótico. Su fachada principal, caracterizada por sus dos torres gemelas, y el transepto, son testimonios del poderío arquitectónico de la época.
Lo más destacado de la Abadía de Saint-Étienne es, sin duda, la tumba de Guillermo el Conquistador. Aunque su cuerpo sufrió varias vicisitudes a lo largo de los años, incluida la profanación durante las guerras religiosas, su memoria perdura en esta iglesia.
Paralelamente a la construcción de la Abadía de los Hombres, en 1062, Matilda de Flandes, esposa de Guillermo el Conquistador, fundó la Abadía de las Damas como la contraparte femenina y, al igual que su esposo, en acto de penitencia por su matrimonio.
La Abadía de las Damas destila una gracia y serenidad distintiva. El edificio es un claro ejemplo de la arquitectura románica normanda. La fachada, con su única torre central, le otorga una elegancia particular.
La reina Matilda, esposa de Guillermo el Conquistador, está enterrada en el coro de la iglesia.
Hoy, además de ser un sitio de interés histórico, la Abadía de las Damas es un lugar de cultura. Se organizan regularmente conciertos y eventos en sus majestuosas salas. Si tienes la oportunidad, no te pierdas un paseo por sus jardines, que ofrecen un espacio sereno en medio de la ciudad.
El Mémorial de Caen Es uno de los mejores museos de la Segunda Guerra Mundial en Francia, brindando una visión profunda y conmovedora de los eventos del conflicto, incluido el Día D y la Batalla de Normandía.
Las calles de Caen están llenas de vida, con mercados locales, tiendas boutique y restaurantes tradicionales. El queso normando, la sidra y el calvados son esenciales en la gastronomía local.
En la temporada estival, es común que los habitantes y turistas disfruten de festivales y eventos al aire libre en los parques y plazas de la ciudad.
Si bien la ciudad en sí es encantadora, su ubicación es ideal para explorar otros puntos de interés en Normandía, como las playas del Desembarco, Bayeux y, por supuesto, el Mont Saint-Michel.
Siguiendo nuestra ruta, bajo el velo de una bruma mañanera, paseamos por las playas que una vez fueron testigos de uno de los eventos más decisivos de la historia moderna. Las arenas, ahora pacíficas y bañadas por suaves olas, ocultan los ecos de las botas y las máquinas que hace décadas dejaron su huella en Normandía.
Empezaremos por Omaha Beach, la majestuosidad de Omaha se presenta ante nosotros. Su vasta extensión esta salpicada de recuerdos, donde los enfrentamientos fueron particularmente intensos.
El aire aún parece pesado con el coraje de aquellos hombres que lucharon por cada centímetro de tierra, es quizá, la playa más conocida y una de las más impactantes.
Después, sigue hacia Utah Beach, otra zona de desembarco importante. donde las dunas y el viento nos susurraban historias de valentía. Aquí, los paracaidistas, descendieron, enfrentándose a un destino incierto, pero con una determinación inquebrantable.
El Museo del Desembarco en Arromanches-les-Bains te proporcionará una perspectiva detallada de la operación del Día D.
Bayeux
Bayeux es una localidad medieval que no hay que perderse en cualquier viaje por Normandía. Esta pequeña ciudad, situada a pocos kilómetros de las Playas del Desembarco, atesora verdaderas joyas.
El protagonista indiscutible de la siguiente parada es el Tapiz de Bayeux, una impresionante obra de arte que narra la conquista normanda de Inglaterra.
Myrabella, Public domain, via Wikimedia Commons
Con unas dimensiones de 50 x 7034 cm siendo su autor desconocido, de estilo románico. Tejido con tela de lino e hilos coloreados de lana con pigmentos naturales.
Su ubicación actual es en el Musee de la Tapisserie de Bayeux,
La Catedral de Bayeux, dedicada a Notre Dame, es una imponente obra maestra del arte románico normando que domina la ciudad desde el s.XI
Destaca por su arquitectura con influencias del románico normando, visible en elementos como sus gruesos muros, arcos de medio punto y bóvedas. La torre octogonal se erigió en el s.XIII.
El interior alberga una nave central flanqueada por dos naves laterales. Llama la atención la armonía de sus proporciones y su decoración, como el triforio con arcos ciegos sobre las naves.
El coro conserva un notable grupo de obras románicas como el altar mayor y las sillerías de roble tallado del s.XV.
Otro gran tesoro de la imponente Catedral gótica de Nôtre Dame, son sus vidrieras multicolores que inundan la nave de luz.
Fue la primera catedral erigida en Normandía tras la conquista de Inglaterra en 1066, lo que realza su importancia histórica.
Pasear por las calles adoquinadas del centro histórico, bordeadas de casas medievales de entramado de madera, es un placer. El Museo Barón Gérard con sus colecciones de arte o el antiguo Palacio Episcopal merecen también una visita.
Bayeux encapsula como ningún otro lugar el esplendor del arte románico normando. Una parada obligada para los amantes de la historia y el medievalismo.
Mont Saint-Michel
Como ya lo conoces, sabrás que es imprescindible. Esta abadía medieval se eleva desde el mar y es uno de los sitios más icónicos de Francia. Dedica todo un día para explorar sus rincones y disfrutar de las vistas panorámicas.
Se eleva como una visión mística en el horizonte mientras nos acercamos.
Desde cualquier dirección, lo primero que destaca es su silueta imponente, un gigante de piedra que se eleva majestuosamente desde el mar. Esta isla rocosa, que durante la marea alta queda rodeada por aguas inquietas y durante la baja revela vastos bancos de arena, ha sido un punto de referencia para peregrinos, viajeros y soñadores durante siglos.
Al cruzar la pasarela, uno no puede evitar sentirse transportado en el tiempo. Hemos de recordar que esta estructura ha estado aquí desde el s.VIII, desafiando tanto a la naturaleza como a la historia. En efecto, su fundación se remonta a una antigua abadía benedictina, que con el tiempo se expandió para convertirse en la maravilla arquitectónica que es hoy. El monte ha sido tanto un centro de peregrinación religiosa como una fortaleza defensiva. Durante la Revolución Francesa, sirvió brevemente como prisión.
Mientras ascendemos por sus estrechas calles empedradas, es imposible no maravillarse con las antiguas estructuras que se ciernen sobre nosotros: murallas de piedra que han resistido incontables tormentas, pequeñas tiendas que ofrecen delicadezas locales y recuerdos, y siempre, al fondo, el imponente sonido del mar.
Al llegar a la abadía, el corazón espiritual del monte, nos encontramos en un espacio que parece suspendido entre cielo y tierra. Sus altos techos góticos, sus vitrales que tiñen de colores el interior y los patios serenos que ofrecen vistas panorámicas del mar y la costa hacen que sea un lugar de reflexión y admiración.
Imaginamos, los monjes caminando por aquí, rezando y meditando, con el sonido del mar como única compañía. Es una experiencia trascendental, sentir la fusión de la naturaleza con la fe y la historia.
Pero Mont Saint-Michel no es solo un monumento histórico. Es un testimonio viviente de la capacidad humana de crear, perseverar y trascender. Ha resistido invasiones, revoluciones, y el implacable avance del tiempo. A medida que descendemos y nos preparamos para dejar atrás este lugar místico, nos damos cuenta de que el monte es, en muchos aspectos, un espejo de la propia Normandía: una tierra de resistencia, belleza y fe inquebrantable.
Y mientras nos alejamos, con la imagen del monte encogiéndose en la distancia, sé que siempre llevaremos con nosotros un pedazo de ese lugar mágico, donde el mar se encuentra con el cielo y la historia cobra vida ante nuestros ojos.
Dejamos atrás el majestuoso Mont Saint-Michel, joya gótica que se yergue cual centinela en la bahía.
El camino discurre paralelo a la costa normanda, regalándonos vistas del mar embravecido estrellándose contra los acantilados al fondo. La brisa marina nos acompaña en nuestro trayecto bordeando las playas del Desembarco, testigos mudos de la historia.
Realizamos una parada en la tranquila localidad de Lessay, conocida por su abadía gótica y su fabricación de campanas. Paseamos por el centro admirando la arquitectura tradicional de entramado de madera antes de reponer fuerzas en alguna de sus terrazas.
Proseguimos la ruta costera, donde los prados ondulantes salpicados de vacas normandas se alternan con los escarpados cantiles. El faro de Gatteville asoma en el horizonte, y más adelante divisamos Barfleur, pueblecito de marineros.
Finalmente llegamos a la histórica Réville, uno de los pueblos más pintorescos. Su pequeño puerto al abrigo del viento y las casitas de granito gris apiñadas hacen las delicias de los artistas.
Dimos nuestro último paseo mirando el atardecer sobre la bahía antes de concluir esta maravillosa travesía por la escarpada y bella costa normanda.
Honfleur
En el corazón de Normandía, a orillas del estuario del río Sena, se encuentra Honfleur, un pintoresco puerto que parece haberse detenido en el tiempo. Desde los muelles del Vieux Bassin hasta las callejuelas empedradas que serpentean entre edificios de entramado de madera, Honfleur invoca el alma del artista que todos llevamos dentro.
Comenzamos nuestro recorrido en el famoso puerto, donde barcos de colores brillantes se mecen suavemente con la marea, reflejando su imagen en aguas cristalinas que parecen salidas de una pintura impresionista. No es de extrañar que artistas como Claude Monet y Eugène Boudin encontraran inspiración en este rincón idílico.
Nos dejamos guiar por el aroma del mar y el sonido de las gaviotas. A medida que avanzamos, las estrechas casas de entramado de madera de Honfleur nos cuentan historias de siglos pasados.
Sus fachadas desgastadas por el tiempo se inclinan suavemente unas hacia otras, como si compartieran secretos desde tiempos inmemoriales.
Daniel VILLAFRUELA, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons
La Église Sainte-Catherine irrumpe en nuestro camino, su estructura única enteramente construida en madera. Su interior, bañado por una luz suave que se filtra a través de las vidrieras, nos envuelve en una atmósfera de serenidad. Las curvas de su techo, que recuerdan el casco de un barco invertido, nos hablan del antiguo vínculo de Honfleur con el mar.
Tomando una calle lateral, nos encontramos en el Jardín des Personnalités, un oasis de verdor donde bustos de personajes famosos de Honfleur descansan entre estanques y flores. El perfume de las rosas y el canto de los pájaros nos invitan a detenernos y reflexionar.
El arte también tiene un lugar especial en Honfleur. El Musée Eugène Boudin abre sus puertas para mostrarnos la obra de uno de los precursores del impresionismo, así como de otros artistas que encontraron en esta ciudad una musa inagotable.
Para culminar nuestro recorrido, decidimos saborear la gastronomía local en uno de los encantadores bistros cerca del puerto. Mientras degustamos una crepe rellena de manzanas caramelizadas y una sidra fresca, el sol comienza a despedirse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y dorados.
Honfleur, con su rica tapeza histórica y cultural, ha dejado una huella indeleble en nuestros corazones. Nos despedimos con la promesa silenciosa de regresar a este rincón, donde el arte, la historia y la naturaleza convergen en perfecta armonía.
Camembert
Camembert, un nombre que resuena en el paladar de los amantes del queso de todo el mundo. Sin embargo, esta joya de Normandía es más que solo queso: es un viaje al corazón de la tradición, la cultura y la historia francesa.
Iniciamos nuestra odisea en la región de Orne, a medida que nos acercamos, los paisajes ondulantes de verdes prados nos rodean. El aire fresco y puro lleva un leve aroma a leche recién ordeñada, un avance del manjar que nos espera.
Al llegar al corazón de Camembert, el pueblo parece desplegarse como una pintura renacentista ante nuestros ojos. Pequeñas casas de entramado de madera adornan las calles empedradas, y en el centro se erige con orgullo la Eglise Sainte-Anne de Camembert. Sus piedras centenarias han sido testigos de generaciones de artesanos del queso.
Pero es el Musée du Camembert el que atrae nuestra atención. Aquí, nos sumergimos en el legado de Marie Harel, la mujer atribuida con la creación de este icónico queso. A través de antiguas herramientas y fotografías, la historia del camembert cobra vida, desde su humilde origen en los pastos de Normandía hasta las mesas de la alta sociedad parisina.
Cada granja que visitamos es un capítulo en la historia del queso. En una de estas «fermes», experimentamos el arte de la fabricación del camembert. Manos expertas transforman la leche en delicadas ruedas de queso. Al final del proceso, nos ofrecen una degustación: el sabor cremoso, terroso y ligeramente salado del camembert fresco es una revelación.
La paleta de colores de Camembert es variada: verdes intensos de los prados, el dorado pálido del queso madurando, y los tonos rústicos de las granjas que se esparcen por el paisaje. Al atardecer, el cielo se tiñe de rosa y violeta, un espectáculo que nos recuerda la suavidad del camembert que se funde en el paladar.
Nos detenemos en una pequeña tienda local. Aquí, junto a ruedas de camembert, encontramos otros tesoros normandos: sidra burbujeante, cremosos postres y saucissons.
Desde el momento en que nuestras ruedas tocan los caminos serpenteantes del Pays d’Auge, sabeimos que estábamos a punto de sumergirnos en un cuento de hadas francés.
Los campos, un manto brillante de verde, se extienden hasta donde alcanzaba la vista, salpicados aquí y allá por huertos de manzanas que parecen estar listos para contar sus propias historias.
Mientras avanzamos, las aldeas salen a nuestro encuentro, como viejas amigas deseosas de compartir sus secretos. Las casas tradicionales de entramado de madera, conocidas como maisons à colombages, nos saludan con sus fachadas de tonos suaves y sus jardines florecientes. «Aquí,» susurran, «el tiempo se mueve a un ritmo diferente.»
Decidimos hacer una parada en un pequeño establecimiento donde un aroma embriagador nos llama. Al entrar, nos encontramos con barriles tras barriles de calvados, el brandy de manzana local, que parecen impregnados con el espíritu de la tierra misma. Brindamos con una copa, saboreando las notas cálidas y frutales, y prometimos nunca olvidar ese sabor.
Mientras el día se desvanece, llegamos a una granja donde el aroma del queso se elevaba en el aire fresco. No es cualquier queso, es el corazón mismo de Normandía: camembert, livarot y pont-l’évêque. Como niños, nos sumergimos en una degustación, descubriendo las texturas, los sabores y las historias detrás de cada variedad.
Y luego estan los caballos. Majestuosos, gallardos, el orgullo del Pays d’Auge. Las granjas ecuestres, o haras, nos invitan a conocer de cerca a estos magníficos animales. Su nobleza y gracia nos hacen recordar que esta tierra, con sus prados y colinas, ha sido testigo de incontables generaciones de caballos y humanos trabajando en armonía.
Un anciano de cabellos plateados y manos surcadas por las arrugas del tiempo, nos invita a sentarnos en un rincón iluminado por la suave luz de las velas. «c’est » (esto es), comienza con voz grave y pausada, sosteniendo una botella de vidrio cuyo contenido brilla con un tono dorado, «es el alma de Normandía, el elixir de nuestra tierra: el Calvados.»
Nos sirve con delicadeza en copas que parece haber visto cientos de inviernos, y mientras el líquido se desliza, sentimos el aroma deliciosamente complejo de manzanas maduras, de madera y de tierra fértil.
Al llevar el Calvados a nuestros labios, la paleta de sabores explota en una sinfonía de notas cálidas, de frutas, sutiles toques especiados y el característico toque de roble. Es una danza de fuego y fruta en el paladar, evocando imágenes de huertos bañados por el sol de otoño, de destiladores trabajando en alambiques centenarios y de barriles envejeciendo pacientemente en oscuras bodegas.
El anciano nos relata cómo, a lo largo de los siglos, este brandy de manzana se ha destilado en la región, convirtiéndose no solo en una bebida, sino en una tradición, en un rito. Cada sorbo es un viaje por generaciones de artesanos destiladores que han perfeccionado el arte de transformar manzanas en este elixir dorado.
Más allá de su belleza natural y su rica historia, lo que realmente hace especial al Pays d’Auge es su gente. La hospitalidad de los lugareños, su amor por la tierra y sus tradiciones hacen que cada visita sea una experiencia única e inolvidable
Mientras nos desplazámos por las sinuosas carreteras de Normandía, la silueta de una ciudad, tan icónica como misteriosa, empieza a surgir en el horizonte: Lisieux. Hemos oido tantos relatos sobre este lugar que nuestro corazón late con una mezcla de emoción y reverencia.
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Lisieux
A medida que nos adentramos en las calles adoquinadas, el aroma a pan recién horneado se entrelaza con los susurros del pasado. Las casas de entramado de madera, que parecen detenidas en el tiempo, nos cuentan historias de siglos pasados, de amores y desamores, de triunfos y derrotas.
La Basilique de Sainte-Thérèse emerge, majestuosa, y nos recuerda que, además de la belleza terrenal, el Pays d’Auge está impregnado de fe y espiritualidad.
Su imponente arquitectura nos llama desde lejos, atrayéndonos con una fuerza inexplicable.
Al entrar, un silencio sagrado nos envuelve, y las vidrieras pintadas nos narran, con sus vibrantes colores, la vida y el legado de Santa Teresa, la pequeña flor de Lisieux. Sus escritos y enseñanzas, aún hoy, resuenan en los corazones de muchos, ofreciendo consuelo y dirección a las almas en busca de luz.
Después de un tiempo de reflexión en la basílica, nos aventuramos por el casco antiguo, donde cada rincón parece guardar un secreto. La casa familiar de Santa Teresa, Les Buissonnets, se presenta ante nosotros como una página de un libro de cuentos, evocando la sencillez y profundidad de la vida de la santa.
Al caer la tarde, encontramos un pequeño café junto a la plaza del mercado. Mientras degustamos una taza de café y unos dulces típicos, las campanas de la ciudad suenan melódicamente, recordándonos la rica herencia espiritual y cultural de Lisieux.
Con el corazón lleno y el espíritu renovado, nos despedimos de esta ciudad, llevando con nosotros no solo recuerdos, sino también las inspiradoras lecciones de fe y amor que Lisieux, con su sencillez y profundidad, nos ha brindado.
Las sinuosas carreteras de Normandía nos han llevado a un destino que parece haber emergido de las páginas de un cuento de hadas.
Étretat
A medida que nos aproximamos, podemos vislumbrar el reflejo del sol en los imponentes acantilados de tiza blanca que resguardan esta joya costera.
Al llegar, nos sentimos envueltos por una brisa marina fresca, que transporta consigo el inconfundible aroma del océano. Nos dirigimos directamente hacia la playa de guijarros, donde el sonido de las olas chocando contra las piedras crea una melodía hipnótica. Frente a nosotros, las famosas agujas y arcos de Étretat se elevan majestuosamente, como esculturas naturales talladas por el tiempo y el mar.
Decidimos seguir un sendero que serpentea por encima de los acantilados. Con cada paso, la vista se vuelve más y más espectacular.
Desde esa altura, la ciudad parece un pequeño pueblo de juguete.
Las leyendas locales dicen que estos acantilados esconden secretos y tesoros, y no es difícil de creer al ver la misteriosa entrada a la cueva de la Manneporte.
Después de explorar y tomar innumerables fotografías, descendemos para pasear por las encantadoras calles de Étretat. Los pequeños cafés y tiendas se alinean coquetamente, ofreciendo delicias locales y artesanías únicas. Optamos por un café con vista al mar, donde degustamos unos exquisitos «madeleines», dulces típicos de la región, mientras vemos el atardecer pintando el cielo de tonos rosados y naranjas.
A medida que la noche cae, la ciudad toma un matiz mágico. Las luces de las casas y los restaurantes se reflejan en las tranquilas aguas, creando un ambiente romántico y sereno. Recordamos historias de artistas y escritores, como Monet y Maupassant, que se habían inspirado en este rincón de Normandía para crear algunas de sus obras maestras.
Antes de despedirnos de Étretat, decidimos visitar los jardines que se alzan en la cima de uno de los acantilados.
Desde allí, la panorámica es simplemente celestial. Nos prometemos regresar, pues este encantador lugar nos ha robado el corazón con su belleza natural y atmósfera mágica.
Deauville
Proseguimos la marcha, mientras el aroma salino del Canal de la Mancha acaricia nuestros rostros, y llegamos a la entrada de Deauville, la glamurosa reina de la Riviera Normanda. Los relucientes reflejos del sol sobre el mar se entremezclan con el sonido de los cascos de los caballos que galopan en la distancia; nos sumergimos rápidamente en el espíritu elegante de esta ciudad.
Atravesando las amplias avenidas, flanqueadas por encantadoras villas Belle Époque, sentimos cómo el tiempo retrocede. Las boutiques de lujo y hoteles palaciegos nos recuerdan que Deauville ha sido durante mucho tiempo el refugio predilecto de la alta sociedad parisina.
No es de extrañar que el cine y las estrellas hayan encontrado aquí su festival anual, bajo esos paraguas de colores que adornan la playa y con el famoso Promenade des Planches como telón de fondo.
A medida que la tarde se desliza, cruzamos el río Touques por un puente que nos lleva directamente a Trouville-sur-Mer. A diferencia de su vecina Deauville, Trouville destila un encanto bohemio y auténtico. Las estrechas callejuelas, llenas de artistas y músicos, son testimonio de su rica tradición pesquera y del sabor fresco del mar que degustamos en una taberna local.
El mercado de pescado de Trouville, con sus tentadores montones de ostras, almejas y langostas, se convierte en un festín para nuestros ojos y paladares. Nos rendimos ante la tentación y nos sentamos en una terraza para disfrutar de un plateau de fruits de mer, mientras observamos a los lugareños y turistas que pasean, creando un mosaico de colores y sonidos.
Los paisajes verdes y ondulantes nos guían hacia pintorescas aldeas y granjas donde el tiempo parece haberse detenido. Las vacas normandas, con sus distintivas manchas blancas y negras, pastan tranquilamente, sin darse cuenta de que su leche contribuye a algunas de las delicias culinarias más famosas de Francia.
Con las primeras luces del amanecer filtrándose a través de las rendijas de las ventanas de un pequeño bistró en Normandía, nos encontramos inmersos en el inconfundible aroma del pan recién horneado. Es un inicio prometedor, y enseguida, el dueño del establecimiento nos recibe con una cálida sonrisa, consciente de que estamos por embarcarnos en una travesía gastronómica inolvidable.
Con una copa de sidra en mano, fermentada a partir de las mismas manzanas que acarician nuestros paladares, seguimos la recomendación del dueño y nos adentramos en el mundo del queso.
Camembert, la estrella indiscutible de Normandía, se presenta ante nosotros con su corteza blanca y su interior cremoso y pegajoso. Su olor fuerte y terroso se funde con un sabor sutil, que despierta reminiscencias de hierba fresca y tierra húmeda.
Livaro. Con una corteza lavada de color naranja brillante, este queso desprende un aroma potente. Sin embargo, su sabor es sorprendentemente suave, con notas amantequilladas y una pizca de salinidad.
Pot-au-Feu à la Normande. Para aquellos con ganas de algo más contundente, es un guiso tradicional que combina carne tierna, raíces y verduras frescas cocidas lentamente en sidra hasta que los sabores se entrelazan en un abrazo cálido y reconfortante.
Tarte Normande. Una maravillosa tarta de manzana, con una base crujiente, rellena de manzanas tiernas y crema fresca, espolvoreada con azúcar y canela. La primera cucharada es una sinfonía de dulzura y texturas, evocando imágenes de huertos de manzanas bajo el sol de otoño.
El Calvados. La joya líquida de Normandía: Este brandy destilado de manzana es un verdadero regalo para el paladar, especialmente después de una comida copiosa. Con un aroma intenso y notas de manzanas maduras, nueces y especias, cada sorbo nos transporta a través de verdes praderas y huertos bañados por el sol.
Con los estómagos llenos y los corazones rebosantes de gratitud, abandonamos el bistró, llevando con nosotros el recuerdo de una experiencia culinaria que nos ha permitido saborear el verdadero alma de Normandía.
Al final de nuestro viaje, miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que no solo hemos recorrido un territorio; hemos vivido una epopeya. Una narrativa hecha de sabores, aromas, vistas y sonidos que siempre llevaríamos en nuestros corazones.